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El Testigo Fiel
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Biblia: Geografía de los evangelios: Templo de Jerusalén

Templo de Jerusalén

Primera aparición en: Mateo
Episodio: Tentaciones en el desierto
Primera mención: Mt 4,5: Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo,
Otras referencias: Mt 4,5; Mt 12,5-6; Mt 21,12-15; Mt 21,23; Mt 23,16-21; Mt 23,35; Mt 24,1; Mt 26,55.61; Mt 27,5; Mt 27,40; Mt 27,51; Mc 11,11.15-16; Mc 11,27; Mc 12,35; Mc 13,1-3; Mc 14,49; Mc 14,58; Mc 15,29; Mc 15,38; Lc 1,9; Lc 1,21-22; Lc 2,27; Lc 2,37; Lc 2,46; Lc 4,9; Lc 11,51; Lc 18,10; Lc 19,45-47; Lc 20,1; Lc 21,5; Lc 21,37-38; Lc 22,52-53; Lc 23,45; Lc 24,53; Jn 2,14-15; Jn 2,19-21; Jn 5,14; Jn 7,14; Jn 7,28; Jn 8,2; Jn 8,20; Jn 8,59; Jn 10,23; Jn 11,56; Jn 18,20; Hch 2,46; Hch 3,1-10; Hch 4,1; Hch 5,20-25; Hch 5,42; Hch 17,24; Hch 21,26-30; Hch 22,17; Hch 24,6; Hch 24,12; Hch 24,18; Hch 25,8; Hch 26,21
Jesús estuvo allí

La cantidad de menciones al templo en los evangelios y en los Hechos da cuenta de que, aunque esté aludido en el artículo dedicado a Jerusalén, el templo es un sitio con vida propia, y merece un escrito aparte. La lista que presento es exhaustiva, y comprende las palabras que se traducen como templo (gr. hierón) y como santuario (gr. naós), distinción que luego veremos.

La historia y la realidad del templo de Jerusalén se entrelazan con la propia fe bíblica, incluso podríamos marcar las etapas de desarrollo de la propia Biblia por su relación con la cuestión del lugar de encuentro con Dios, el templo, teniendo siempre presente que el corazón de la fe bíblica es precisamente el encuentro con Dios (ver como ejemplo el precioso Salmo 132, esp. vv. 3-5).

La «Tienda del Encuentro», antecedente del templo

Reconstrucción imaginativa de la Tienda del EncuentroLa historia del templo arranca desde mucho antes de su construcción, desde la «tienda del encuentro» que, según nos cuenta el Éxodo, acompañaba a los israelitas por el desierto. De hecho, una buena parte del libro del Éxodo consiste en describir la construcción de esta tienda (instrucciones para su confección en Ex 25–31; consagración en Ex 40, etc.), en textos de tradición sacerdotal, es decir, que expresan no sólo recuerdos del desierto, sino también lineamientos para interpretar la religión en el presente de sus redactores. Dado que los libros del Pentateuco, aunque toman tradiciones orales muy anteriores, se escriben cuando el templo de Jerusalén está en pleno uso, es natural que los narradores hayan hablado de la tienda portátil pero dotándola de características propias del templo posterior, lo que hace muy difícil imaginar cómo funcionó realmente dicha tienda. Por ejemplo, mientras está describiendo partes del templo, dirá: "También harás el atrio de la Morada. Del lado del Négueb, hacia el sur, el atrio tendrá un cortinaje..." (Ex 27,9). ¡el Négueb queda al sur mirando desde Jerusalén, no desde el desierto del Sinaí! Y como este hay infinidad de ejemplos.

La «tienda del encuentro», entonces, más que imaginarla materialmente, hay que pensarla como el ideal al que Dios convoca, que es a la vez un lugar y una caminata, un encuentro y un acompañamiento de Dios a su pueblo. La «tienda del encuentro» le recordaba a los israelitas que, incluso con el magnífico ideal del templo de Jerusalén, su Dios "no habita en casas hechas por mano de hombre" (Hch 7,48). Este punto "antitemplo" de la propia religión bíblica (y que no implica rechazo del encuentro con Dios, sino que reafirma con fuerza su absoluta trascendencia) acompañará a la religión bíblica como una sombra, hasta que se concrete en la gran visión celestial del Apocalipsis, donde ya no se verá "Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario." (Apoc 21,22)

Establecidos en la tierra prometida, este pueblo de Israel fue teniendo distinto tipo de trato con los moradores del lugar, a los que genéricamente llamamos cananeos: en algunos aspectos se mezcló, en otros conquistó sus plazas, en otros aniquiló, en otros fue absorbido. Uno de esos aspectos es el culto: los primeros israelitas tendieron a asociar su Dios del desierto, Yahvé, a los centros de culto local ya establecidos, en especial Siquem, pero también Betel, Mambré, Siló, y otros, algunos de los cuales tenían conexión con las historias patriarcales.

La conquista de la fortaleza jebusea de Jerusalén por parte de David inaugura una nueva época en esta federación tribal que estaba ya queriendo dejar de serlo. David había conseguido unificar las voluntades de los distintos grupos tribales (no sin resistencias, que se materializaron en que sólo fue admitido como rey de todos 7 años después de serlo solo de su tribu de Judá), pero ¿hubiera sido posible mantener y hacer crecer esa unidad centrada en una ciudad recién incorporada al yahvismo, con una religiosidad que estaba ligada a santuarios locales y mucho más antiguos y prestigiosos que la sede real?

La elección de Jerusalén como centro de la vida política del nuevo reino era de un gran acierto táctico, pero no hubiera subsistido si no se encontraba el modo de trasladar allí también el centro religioso yahvista, y sin que este traslado evocara la religiosidad del desierto, de la tienda del encuentro, de los tiempos fundacionales en que Dios caminaba con el pueblo de Israel. El traslado a Jerusalén del «arca de la alianza», el gran símbolo de la religión del desierto, fue el otro gran acierto táctico de David (2Sam 6,1-15).

Lamentablemente no tenemos ninguna documentación que nos explique, en causalidades humanas, por qué David no construyó un templo en Jerusalén. La Biblia, desde luego, no se interesa por las causalidades humanas, y simplemente destaca que si no se hizo, fue porque Dios no quería que David le construyera uno (2Sam 7,1-12). Quizás -esto es especulación- David, con su fino olfato político, vio que imponer un templo nuevo en una ciudad nueva bajo un nuevo régimen político era tensar demasiado la cuerda; o quizás simplemente David apreciaba los valores de la religiosidad del desierto, y estaba con la posesión del arca más conforme que con cualquiera de los centros de culto antiguamente cananeos.

El primer templo de Jerusalén

Lo cierto es que el templo fue construido por su hijo Salomón, heredero del reino hacia el 940 a.C. Se trata del llamado "primer templo" de Jerusalén. No hay certeza de sus dimensiones y su factura, ya que todo lo que poseemos sobre él está fijado por escrito en épocas posteriores, con el aura magnificente que le da el recuerdo de glorias pasadas. Su construcción llevó siete años: del cuarto al undécimo del reinado de Salomón. Tal como lo describe De Vaux en su monumental estudio sobre las instituciones de Israel: "El templo era una construcción larga, abierta por uno de sus lados cortos. Se dividía interiormente en tres partes: un vestíbulo llamado ulam, de una raíz que significa «estar delante», una sala de culto llamada hékal, que tiene en hebreo como en fenicio, el doble sentido de «palacio» y de «templo» y que más tarde se denominó el santo, finalmente el debir, poco más o menos la «trascámara», que luego se llamó el santo de los santos; era el sector reservado de Yahveh, donde reposaba el arca de la alianza." (Instituciones, pág. 411ss.). Estaba íntegramente revestido en madera (aunque su construcción recurría a piedra y ladrillo), y no hay constancia del espesor de los muros ni del modo de techado. Es descrito (tanto el edificio como el ajuar) en 1Re 6-7 y en 2Cro 3-4, lamentablemente los textos han sufrido en la transmisión, y hay pasajes que no permiten imaginar del todo el edificio: por ejemplo, si existía una separación sólida (muro) o una diferencia de altura entre el hékal y el debir. El tipo de templo tripartito es común a los templos del Próximo Oriente antiguo (véanse las descripciones en De Vaux, op. cit. págs. 374-76)

Si aceptamos literalmente las medidas que da 1Reyes, "La Casa que edificó el rey Salomón a Yahveh tenía sesenta codos de largo, veinte de ancho y veinticinco de alto." (1Re 6,2), es decir, unos 27m de largo, 9m de ancho y 11m de altura, el tamaño es modesto, pero impresionaría, sobre todo por la altura y, lo que es probable (dado que el culto bíblico yahvista es sin imágenes), por la austeridad visual.

El conjunto estaba a su vez rodeado en los flancos y el fondo por dependencias bajas, administrativas y organizativas, que no desviaban la atención de la majestuosidad del templo; aunque según parece con el tiempo se hicieron insuficientes, y fueron ampliadas en altura.

La entrada del vestíbulo, del ulam, estaba flanqueada por dos imponentes columnas de bronce (¿hechas de este material íntegramente, o revestidas de él?), de 18 codos de altura, más 5 que medirá el capitel, es decir, casi la altura del propio templo, unos 10m en total, con sugestivos nombres, que posiblemente estaban grabados en ellas: Yakín (que evoca la idea de solidez) y Boaz (que evoca la idea de fuerza). Los nombres no vuelven a ser mencionados en la Biblia, por lo que su sentido real sigue siendo un enigma.

Lo fundamental de este primer templo es que comenzó siendo un santuario real (al uso en cualquier monarquía que se preciara) para llegar a ser, por la evolución teológica de Israel, y el desenvolvimiento de la propia revelación bíblica, el santuario único, símbolo visible de la unicidad del Dios de Israel, y expresión de su magnificencia y esplendor.

Esto ocurre en el siglo VII a.C., con la reforma deuteronomista, conducida por el rey Josías (2Re 22-23), que es una reforma en doble sentido: de restauración de la religión y de reforma edilicia y embellecimiento del templo, así como de nueva organización de un culto que se preparaba para abolir cualquier otro culto local dentro del territorio de Judá (el reino de Israel, al norte, ya había desaparecido). El núcleo de esta reforma se encuentra en Dt 12, la ley del santuario único, y en especial en Dt 12,8-14.

Este es el templo a cuya destrucción asistió Judá en el 585 a.C., tras la última invasión del imperio babilónico, y la deportación final de la clase dirigente a la propia Babilonia (ver Lm 1,10 y otros en el contexto), que marca el inicio del exilio babilónico, que durará 50 años.

No-templo

Lo que siguió a la destrucción del templo no fue sólo una crisis: fue la aparición de un nuevo modo de ser pueblo sin templo. Comienza una etapa nueva en el pueblo de Judá. Fue trasladada su clase dirigente (político-religiosa, naturalmente), y los estamentos más formados de la sociedad, mientras que el "pueblo de la tierra", expresión técnica de la literatura bíblica posterior para designar al sector religiosamente menos formado, quedó, un poco a la deriva, en la antigua Judá.

Sabemos por Jeremías que los profetas y visionarios adversarios a su ministerio les prometían en nombre de Dios una ayuda inmediata y un regreso que no ocurriría en seguida (Jr 29,8-9), mientras que el propio Jeremías, que pagó en su carne su "pesimismo", auguraba en nombre de Dios un largo destierro, aunque también una liberación final (Jr 29,10-12).

El objetivo político de Babilonia al desterrar la clase dirigente era evitar que surgieran en el territorio conquistado núcleos organizados de resistencia, pero no podían evitar lo que ocurrió: que los desterrados, como custodios de la memoria de Judá, la llevaran consigo.

No sabemos con exactitud qué ocurrió en los 50 que duró el exilio (o 60, según si se cuenta desde la deportación del rey Joaquín, en el 595 a.C.), pero ese pueblo anclado en la memoria de Yahvé, madurado en la desgracia, vivió, mantuvo y acrecentó su identidad "rumiando" la obra de Yahvé; y emergió con el regreso, que comienza en el 535 a.C., de una manera enteramente nueva. había adquirido conciencia del significado de su alianza con Yahvé, y traía un relato coherente del pasado que les permitía entender por qué un Dios mucho más poderoso que los dioses babilónicos, no había hecho nada por demostrar ese poder y evitar la conquista: la teología del silencio de Dios adquiere en esta etapa su forma.

Aunque no se haya escrito propiamente en ese momento sino más tarde, se puede decir que en el Destierro nace la Biblia, no ya como conjunto de tradiciones antiguas, más o menos contrastantes (que era lo que hasta el momento existía), sino como una lectura compleja y unificada, pero también multiforme y ramificada, de la alianza de este pueblo con su Dios.

Además la liberación, celebrada por un poeta anónimo que actualmente tenemos integrado en el libro de Isaías (Is 40-55), no podía ser más portentosa: Ciro el grande se hace con el poder de Babilonia y, con un giro completo en la política religiosa acostumbrada en la época, respeta la diversidad de cultos en su enorme imperio, y como parte de esta nueva política, autoriza el regreso de los judíos a su tierra, y la restauración de su culto. No en vano Isaías 45 proclamará que el verdadero poder detrás de Ciro, "sin que él lo conozca" (Is 45,4-5), es el Dios de Israel, Yahvé.

A pesar de ser una comunidad pequeña, que se encontró con un territorio donde 50 años habían borrado las huellas religiosas antiguas, que se encontró con tensiones políticas y religiosas de toda especie con los samaritanos y los habitantes de la tierra, aun así, y por impulso de los profetas de los que hablaremos luego, en pocos años pondrá manos a la obra en una nueva etapa del culto: la reconstrucción del templo, el segundo templo.

El segundo templo

Tras el destierro tocó el turno de la reconstrucción. En definitiva era ese no sólo un mandato interior a la fe de estos exiliados, sino también el motivo de que el rey Ciro permitiera el regreso.

La política de Ciro era extraordinariamente respetuosa de las culturas que iba incorporando a su imperio. En este sentido, él, y algunos de sus sucesores, resultaron ser un caso raro en la práctica del imperialismo en la antigüedad (¡y aun quizás lo serían en nuestros tiempos!). No le interesaba a Ciro imponer sus dioses, le bastaba con imponer su control político.

Por eso no es raro que una de las primeras medidas fuera, no sólo permitir, sino también promover el regreso de los judíos a su tierra, la reconstrucción de su templo y la restauración de su culto. No hay suficientes datos para saber por qué con ellos se obró tan rápidamente, quizás —especulo— era el pago de favores a judíos que colaboraron en la toma de Babilonia, quizás había judíos en la corte de Ciro, lo cierto es que ya en el 538, recién conquistada Babilonia por Persia (y por tanto los territorios bajo control de Babilonia), se produce el decreto de regreso, que podemos leer en forma de proclama de los heraldos reales, en hebreo, en Esd 1,2-4 (hay versión del decreto, aparentemente más tardía y en forma de memorandum real, en arameo, en Esd 6,3-5).

Los repatriados, al mando de un heredero davídico, Sesbassar, no fueron muchos, y al llegar hubo fricciones y reticencias por parte de los judíos que no habían sido exiliados y por parte de los samaritanos: por una parte los judíos del lugar habían continuado a su manera el culto antiguo, lejos de la evolución normativa del sacerdocio exiliado en Babilonia, por la otra los samaritanos se habían acostumbrado a no tener ya competencia religiosa en Jerusalén. Muy posiblemente también los exiliados vinieran con la pretensión de ser señores del lugar y de la situación, sin tomar en cuenta aquellos que habían vivido allí todos los años del exilio. Se puso así los cimientos del nuevo templo, pero poco más: los años se fueron en conflictos.

A esto se suma que en el 530 muere Ciro en batalla. Su hijo Cambises le sucede en el trono, y aunque nominalmente sigue la misma política de su padre, su vista está puesta en la conquista de Egipto (que será la gran obra de su reinado), y no en resolver rencillas entre judíos. Cambises muere en 523, y tras un breve y confuso período, le sucede Darío I, del mismo linaje que los anteriores, pero no emparentado directamente con ellos.

Si el reinado de Ciro fue grande por crear el imperio persa, el de Darío lo fue por duración y por llevar el imperio a su cenit. Su período se extendió desde el 522 a.C. hasta el 486 a.C. Precisamente en este período se reanudan las obras del templo, paralizadas casi en su inicio. Esta reanudación se debe a los nuevos vientos políticos, pero no menos a la predicación profética enfervorizante de los profetas Ageo, Zacarías y quizás Tercer Isaías (Is 56-66), aunque este último es de datación muy discutida, ya que algunos lo consideran aun posterior a este fin del siglo VI.

En algún momento de este período intermedio entre el primer regreso y el reinicio de la reconstrucción Sesbassar fue reemplazado por Zorobabel, aparentemente más joven y enérgico, que es a quien mencionan las fuentes prácticamente como el gran líder de todo este proceso. Lamentablemente se desconoce todo acerca de los motivos y el momento de este reemplazo.

Las obras se reinician bajo Darío I y llegan a término en el 515, el día 23 del mes de Adar, una fecha que en el judaísmo posterior queda asociada a una semana en recuerdo de la tienda del Encuentro del desierto. Notemos lo simbólico que es concluir las obras poco menos que un mes antes del 14 nisán, es decir, de la pascua, fue un momento de triunfo espiritual para esta comunidad que se sentía el "resto de Israel" del que habían hablado los profetas antiguos. Aquella pascua se celebró con toda solemnidad, según leemos en Esd 6,19-22.

Sobre la forma y las dimensiones de este templo reconstruido no hay información fiable, ya que el templo que conocemos más por los escritos de Flavio Josefo -el único del que tenemos una descripción relativamente detallada- es el herodiano, que precisamente buscó llevar la Casa de Dios a un esplendor que nunca había tenido. Sin embargo, es presumible que las dimensiones fueran las del templo de Salomón, ya que fue reconstruido sobre sus ruinas, si bien, posiblemente, con menos esplendor (cfr. Ag 2,3-4, aunque hay que señalar que estas palabras hablan de los inicios de la reconstrucción, y no del resultado). Según Flavio Josefo (Ant. XV,11), Herodes justificó la necesidad de reconstruir el templo afirmando que al de Zorobabel “le faltaban 60 codos para alcanzar la altura del templo de Salomón”. Sin embargo, este dato suscita dudas, ya que según 1Re 6,2 el templo de Salomón tenía una altura de solo 30 codos, por lo que no es posible que al de Zorobabel “le faltaran” 60 codos. Esta aparente exageración es típica del estilo de Josefo, que tiende a embellecer o engrandecer los datos para servir a una finalidad apologética o retórica, por lo que conviene tomar con cautela sus cifras arquitectónicas, como puede verse en este ejemplo concreto.

Y su ampliación

Aunque al templo herodiano lo llamamos también "segundo templo", entre el de Zorobabel y el de Herodes transcurrieron varios siglos, entre ellos el período de las guerras macabeas, que implicaron la profanación del templo y su posterior purificación y consagración por Judas Macabeo.

Herodes El grande (~74 al 4 a.C., gobernó del 39 hasta su muerte) tuvo pasión por la construcción y reconstrucción edilicias: torres, palacios, teatros, ciudades enteras, incluso fuera de sus territorios (costeó templos y edificios públicos en Rodas, Nicópolis, Antioquía de Siria, Ascalón, y hasta en Atenas y muchas ciudades más), pero su obra más ambiciosa fue la reconstrucción monumental del templo de Zorobabel.

Había quedado pequeño para el esplendor de la época, y para los palacios y construcciones que iban surgiendo a su alrededor. Flavio Josefo detalla la construcción en el Libro XV, cap. 11 (nn. 380ss.) de sus Antigüedades Judías, así como en el Libro I, cap. 21 (nn. 401ss.) de las Guerras Judías. Incluso Filón de Alejandría le reserva una breve pero muy elogiosa descripción (Spec. Leg. I,13 nn.71-75).

Lo reconstruyó desde los cimientos, pero por etapas, de tal modo que no se frenó el culto durante las obras, que se extendieron, desde el año 18 de su reinado (19-20 a.C.) hasta más allá de su muerte, ya que se completó la fase principal el 8 d.C. y se siguió trabajando en la construcción hasta el 64 d.C., ¡seis años antes de su destrucción! En el evangelio de Juan (Jn 2,20) se dice que la construcción lleva 46 años, lo que da para el episodio una datación entre el 27/28 d.C.

La nueva construcción no sólo era muy elevada, sino también muy amplia, lo que obligó a trabajar años en la cimentación. Josefo afirma (puede haber exagerado un poco en esto) que trabajaron unos 10.000 obreros laicos y 1.000 sacerdotes. Porque naturalmente las partes en las que sólo los sacerdotes pueden estar, las podían hacer solamente sacerdotes, que para ello fueron adiestrados en el trabajo de la piedra y la madera.

A todo el conjunto lo llamamos normalmente "templo", traducción de la palabra griega "hierón", rodeado de columnas y con pórticos revestidos de oro y plata (excepto la Puerta de Nicanor, llamada en Hch 3,2 "puerta hermosa", que era de bronce), a ese conjunto podía entrar toda la gente, incluyendo mujeres, niños, y gentiles. Allí se degollaban los corderos pascuales, y se instalaban las tiendas de mercadeo (de ofrendas y de cambio de dinero). Era un espacio inmenso y abierto, del cual subsisten restos en al actual "explanada del templo".

Inscripción de advertenciaPero dentro de ese espacio estaba la nave del templo (en español también lo llamamos "templo", o bien "santuario", en griego es "naós"), que es propiamente el espacio sagrado, rodeado de columnas y un muro bajo, y al que sólo podían entrar hombres y que fueran judíos. Ningún gentil podía pisarlo, y había carteles que advertían de las consecuencias de transgredir este mandato: «Ningún extranjero debe entrar dentro de la barrera y de la clausura situada alrededor del Templo; cualquiera que sea hallado aquí será él mismo responsable de la muerte que sufrirá.», aunque los especialistas no saben si esa amenaza de muerte se refiere a una apelación a la justicia divina, o a que el pueblo judío conservaba en este tema alguna forma de "ius gladii" (derecho de espada) que no poseía ya en ningún otro ámbito, desde la ocupación romana. De este texto se conservan dos ejemplares que han sido descubiertos en el siglo XIX.

La fachada de este "naós" medía 100 codos de alto por 100 de ancho (unos 45 metros por lado), formando un gran cuadrado recubierto de placas de oro. Desde esa fachada se accedía al vestíbulo, y de allí al Santo (al que solo entraban sacerdotes), que a su vez daba entrada al Santo de los santos, al que sólo podía entrar el sumo sacerdote en funciones. Entre el Santo y el Santo de los santos se extendía una cortina, que posiblemente sea al que aluden los evangelios cuando hablan de "velo del templo" que se rasgó a la muerte de Jesús; aunque había también otras cortinas en el templo, y no es segura la identificación si se entiende como una descripción realística, ya que no era visible desde fuera. En cambio si se entiende que los evangelios están queriendo expresar un símbolo del fin de la antigua separación entre Dios y el hombre, entonces sí, lo más probable es que se refirieran a este velo.

Volviendo al vestíbulo del santuario, es este el espacio del que acusan a Pablo haberlo violado dejando entrar a gentiles no circuncidados (Hch 21,26-28, aunque en el texto se habla de "hierón" y no de "naós"). En a entrada que conducía de ese vestíbulo al Santo, había una parra de oro, que "crecía" continuamente con los pámpanos de oro que los devotos ofrecían y los sacerdotes colgaban en ella.

Después del templo...

Tras la toma del sitio por Tito, la destrucción del templo, y el traslado de sus tesoros a Roma, las mesas, de mármol y de oro, junto con los objetos que había dentro del Santo (como el candelabro de siete brazos) fueron exhibidos en la ciudad eterna.

Ese infausto acontecimiento fue un momento culminante, en el año 70, dentro de las guerras judías que habían comenzado en el 66 d.C. pero venían preparándose desde hacía décadas, herencia de un carácter judío indómito y de una administración romana corrupta e ineficaz, incapaz de comprender con qué pueblos se topaba en ese Oriente difícil y alejado de la mentalidad de la Urbe.

Tras la destrucción del templo, el judaísmo, que ya poseía un fuerte movimiento laical (los fariseos) y unas instituciones que hacían presente la Ley de Dios entre el pueblo, suplantando simbólicamente al templo, las sinagogas locales, comenzó a reorganizarse en torno a todo ello: a la meditación de la Ley, el culto sabático hogareño y sinagogal, y la dirección espiritual de estos maestros fariseos, que transformaron profundamente el rostro del judaísmo en apenas medio siglo. Ese no es el judaísmo que experimentó Jesús, pero sí es el judaísmo que estaba consolidándose cuando se escribió buena parte del NT.

Bibliografía:
-De Vaux, Roland: "Instituciones del Antiguo Testamento", Ed. Herder, 1976
-Bright, John: "La historia de Israel", DDB, 2000 (ed. revisada y ampliada)
-Schürer, Emil (rev. G. Vermes, F. Millar, M. Goodman): "Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús", 2 tomos, Ed. Cristiandad, 1985
-Jeremías, Joachim: "Jerusalén en tiempos de Jesús", Ed. Cristiandad, 1980, pág. 38-41

Imágenes:
-La tienda del encuentro (reconstrucción imaginaria). Grabado del siglo XVII.
-Maqueta del templo herodiano, en el hotel Holyland, de Israel.
-"Inscripción del Soreg" o advertencia a los gentiles que traspasen el santuario, Museo arqueológico de Estambul

Comentarios
por Leandro (i) (46.25.99.---) - miércoles , 11-jun-2025, 10:26:45
Gran labor que tienes en difundir esas informaciones. ¡Enhorabuena!
Sabes que se construyó un Templo en Brasil, São Paulo, que dice ser según las instrucciones bíblicas?
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